15/08/2007

¿Qué es una persona sola a la sociedad entera?

Se quejaba un buen amigo mío hará ya casi un año de la pequeñísima proporción de personas que, en su opinión, están realmente comprometidas con unos principios más allá de sus propios mundanos intereses. “No hablemos ya de ideales”, me decía. Creo recordar que cifró en un noventa y cinco por ciento del total de la población (es de suponer que él hacía dicha estimación basándose en su esfera social, que he de calificar de amplia y variada pero que no es precisamente un muestreo estadísticamente estricto de la población nacional, cualquiera que sea la nación considerada, por lo que pido en su nombre cierta laxitud en el rigor matemático del asunto) a aquell@s que no se guían en sus quehaceres cotidianos, por no mencionar las situaciones más delicadas, por criterio alguno que pueda suponer el más ridículamente pequeño menoscabo de su confort, si por confort se entendiese una mezcla entre el sedentarismo físico y mental y la no exaltación de las propias emociones (no sé si estoy muy contento con esta forma de expresarlo, pero la verdad es que cada un@ puede interpretarlo como mejor le plazca, de manera seguramente correcta).

Un ejemplo de esta opinión que, por su actualidad, puede resultar ilustrativa, puede ser observado en cualquier plaza, calle o parque donde jóvenes y no tan jóvenes bebemos regularmente (un@s más regularmente que otr@s, en todos los sentidos) vino mezclado y muchas otras pócimas. Uno de los argumentos más sólidos de entre los esgrimidos por los enemigos de nuestro querido deporte nacional (elijan ustedes nuevamente la nación que más rabia les de) es el lamentable estado higiénico en el que queda casi siempre, porque se supone que alguna excepción habrá, el lugar de celebración. Pues bien, cualquiera que se proponga pensarlo, se dará cuenta de que esta consecuencia del económico beber es de lo más absurda. ¿Acaso no son las ricas ponzoñas trabajosamente acarreadas al paraje elegido para honrar a Dionisio, Boris y Bond por l@s mism@s discípul@s que después abandonan sus recipientes de la forma más indolente? ¿No es por ventura un trabajo mucho más fácil y menos penoso retirar los sobrantes, incluso depositarlos para su reciclaje? He aquí pues una de las muchas expresiones, o más bien todo lo contrario, de la cualidad de cuya escasez mi buen amigo se lamentaba.

No todas las preocupaciones que asaltaban al protagonista de hoy eran, sin embargo, tan logísticas, con el debido respeto a tan importante aspecto de la vida, sino que tenían que ver prácticamente con cualquier actividad humana, desde las relaciones afectivas hasta los idearios político-económicos (espero que me perdonen l@s puristas de la terminología que pisoteo tan asiduamente, además del Señor Académico de la Lengua Pérez Reverte cuyas enérgicas puntualizaciones en cuanto al uso de la @ y otras barbaridades me paso normalmente, como muy bien diría él, por el forro de los cojones), pasando por la forma de practicar la ciudadanía. Digamos que el pobre hombre era más bien pesimista en cuanto a la capacidad de nuestra sociedad de, conjunta y sacrificadamente, mejorarse a sí misma, haciéndose más justa e igualitaria. Dejaré así la exposición de lo que entendí de su reflexión, ya que si fuera equivocada o incompleta, estoy seguro de que sus aclaraciones no se harían esperar. Me dedicaré ahora a lo que fue y es mi respuesta a dichas preocupaciones.

No puedo negar que hace mucho tiempo que las lágrimas dejaron de mojarme los ojos cada vez que escribo, digo, oigo o leo aquello de que “la soberanía de H o de B reside en el Pueblo”. Tengo que reconocer que me río (aunque no me haga ni puta gracia, como decía aquél) cuando leo en una tapia el “Herriak ez du barkatuko”. No engañaría a nadie a estas alturas si dijera que considero al conjunto de los ciudadanos de ningún sitio ente de inteligencia suprema y nobleza espiritual, de ser incorruptible y poderoso. Sin embargo, soy optimista en cuanto a la buena disposición de una gran mayoría de los seres humanos al trabajo, la generosidad, el sacrificio, la racionalidad, la austeridad, la modestia y otras muchas actitudes que creo no ser el único en valorar positivamente. Creo, o mejor dicho, tengo la impresión de que no es algo inherente al ser humano, y aunque no cite ninguna referencia sé que no digo nada nuevo, el ser vago, avaricioso, egoísta, irracional, ostentoso, derrochador, vanidoso etcétera. Me parece que, aparte de generalmente pequeñas condiciones debidas a esos misterios de la vida a los que los que se las quieren dar de enterados llaman ahora siempre genes, amén de famosas siglas, las personas somos enteramente moldeables. ¿Cuánt@s de ustedes creen que una mujer elegida al azar será en la mayoría de los casos menos capaz de razonar que un hombre seleccionado de la misma manera? Espero que muy poc@s. Curiosamente, entiendo que esto no era así hace mucho menos tiempo de lo que habría sido deseable. ¿Acaso por ello alguien se atreve a pensar que la raza humana está cambiando en sus bases biológicas, de forma que naturalmente tiende a considerar a ambos sexos como iguales? Yo no. Para mí es evidente que solo hay dos maneras de que una persona llegue a considerar a otra su igual, aparte del uso de la razón de una manera más complicada de lo que cabría a muchos esperar: que la otra persona se comporte como su igual o que una tercera persona, a la que la primera considera previamente su igual, se comporte como igual de la segunda – es decir, mediante el ejemplo directo o el indirecto –.

Antes de que a alguien se le ocurra, con toda justicia, recriminarme que justifique mi relativo optimismo respecto a la capacidad de nuestra sociedad de mejorarse a sí misma en el poder del ejemplo, cuando es precisamente el ejemplo el que muchas veces corrompe la virtud en muchas ocasiones (tómese como ejemplo el caso de la ciudadana que tiene la impresión de que es la única que paga sus impuestos y consecuentemente deja de hacerlo, sin entrar a valorar la virtud o falta de ésta que pueda haber en pagar según qué gravámenes), permítaseme hacer un llamamiento. Aquellas personas que estén convencidas de que algo debe hacerse no pueden esperar a que aquell@s a su alrededor lo hagan, para entonces unirse al jolgorio, sino que deben predicar con el ejemplo. Así, si uno considera una soberana gilipollez el dejar su “botellódromo” lleno de basura, recoger su parte (y probablemente algo más) después de libar es una buena idea, que uno pone en práctica desde hace ya años. Entonces es cuando se llega a la pregunta que da título a este texto: ¿Qué es una persona sola a la sociedad entera?

Mi respuesta también viene en forma de preguntas:

¿Qué eran y son l@s valientes ciudadan@s que, con gran riesgo y en ocasiones pérdida de sus propias vidas, hacían y hacen frente a todo tipo de delincuentes cuando éstos están atentando contra otras personas, a las que muchas veces ni siquiera conocen, por la única razón de que pasaban por allí? ¿Acaso no encienden dichas acciones el fuego en el interior de quienes las presenciamos u oímos de ellas? ¿No deseamos ser capaces de mostrar nuestro valor de encontrarnos algún día en una situación semejante? ¿No provoca inseguridad, muchas veces vergüenza, a los malhechores el haber sido enfrentados por personas indefensas y a la vez temerarias?

¿Qué son l@s por algun@s tan odiad@s expert@s informátic@s que dedican tantísimas horas diariamente a, de forma completamente altruista, desarrollar aplicaciones que después regalan a la sociedad, o desproteger todo tipo de programas y material audiovisual con el solo propósito de hacerlo más accesible al público? ¿Acaso no nos sentimos impulsados a donar nuestro trabajo, en la medida en que nos lo permita nuestra necesidad de ganarnos la vida, inspirados por el mero hecho de que otras personas así lo hacen y así benefician a la sociedad?

¿Acaso no han nacido tantísimas cosas buenas de que la humanidad dispone hoy en día de iniciativas minoritarias? ¿No se les ocurren a ustedes más ejemplos? Hay muchos.

Muchas gracias.

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