18/08/2007

El trabajo por cuenta ajena

Que me perdonen el difunto Herr Karl y demás grandes pensadores/as por no consultarles antes de empezar a remover el fango, pero considero una buena práctica el reflexionar sobre la lección de mañana antes de oír lo que dice la maestra. En este caso, y como bien se me ha titulado arriba, toca tocar los intocables con el tema de l@s trabajadores/as asalariad@s.

Recuerdo aquellos días de mi prepubertad en los que una de las grandes preocupaciones parecía ser – digo en este caso parecía porque, como buen chiquillo, me enteraba de las cosas digamos que a mi manera – la sustitución de las personas por máquinas en gran parte de los procesos productivos y demás actividades susceptibles de requerir mano de obra – apasionante expresión llena de significado –. Diría que toda una clase (peloteo para el alemán de arriba) veía amenazado su nicho social y, por qué no, biológico. Los poderosos, los dueños de las fábricas y compañías telefónicas, iban a prescindir más temprano que tarde y gracias a la tecnología de l@s obrer@s. ¿Cómo alimentarían a sus hij@s – en aquella época no existía la preocupación de recargar el saldo de los teléfonos móviles de la prole – las personas así despojadas de la actividad que procuraba su sustento?

Parece ser, al menos en mi imaginario particular, que la mencionada preocupación no tiene cabida hoy en día en la agenda de casi nadie. Según está organizada la economía actualmente, el consumo, y con él l@s consumidores/as, es absolutamente imprescindible para el correcto funcionamiento de los engranajes de la gran máquina. Casualmente quizás, el señor proletario resulta ser la misma persona que el estimado cliente, la señora obrera coincide en nombre y apellidos con la compradora dama. Mágicamente, o por alguna serie de razones que sólo una sesuda autoridad en la materia sería capaz de explicar correctamente (¿voluntari@s?), el nicho antes amenazado es ahora un panteón con televisor de plasma y conexión a Internet de banda ancha (ese adjetivo que tod@s, en nuestra infinita ignorancia, considerábamos antónimo de estrecha).

En otro alarde de memoria de elefante con alzheimer y demasiada imaginación, creo recordar que en la época del terror a las máquinas “trepa” leí un artículo de opinión en un periódico (no me pidan nombres por lo que más quieran) que venía a decir algo así como que en el futuro, cuando todo el trabajo de las personas fuera hecho por máquinas, la humanidad tendría que aprender a relajarse y disfrutar, dejar hacer a los mecánicos prodigios, compartir los productos de su automática labor. Me parece que algunas obras futuristas de los años 70 imaginaban algo así, ¿verdad? De todas maneras, no tiene esto pinta de que semejante cosa vaya a ocurrir de momento. La tecnología implica servidumbres mucho más allá de lo que la mayoría imaginábamos (que se lo pregunten a cualquier informático) y no termina de ser capaz de sustituir a los seres humanos. Cabría, en este sentido, una importante reflexión en cuanto a la evolución de los puestos de trabajo, sus condiciones y requisitos, que me permitirán deje para otro momento. El caso es que, a todas luces, seguirá habiendo trabajo para nosotr@s, aunque no tenga que ser, necesariamente, el que nos gustaría o en las condiciones en las que nos gustaría.

Es llamativo el hecho de que, según la declaración de los derechos humanos y la más mínima de las muchas formas posibles de inteligencia aplicada, todo ser de nuestra especie sea acreedor de ciertos medios básicos para su digna existencia, a la vez que se imponen ciertas condiciones para la obtención de éstos como algo en muchos ámbitos indiscutible. Me refiero a que se presenta como esperable que, por ejemplo, un chico de veinte años, oficialmente no cualificado para nada más, acepte un puesto de trabajo especialmente penoso (imagínense ustedes lo que quieran) por el mero hecho de que es el único que se le ofrece. Nuestro amigo sería un parásito social si así no lo hiciera, si pretendiera aprovecharse de nuestro estado del bienestar para procurarse aquellos medios que, según creo haber coincido con ustedes en esto, son derecho inalienable suyo. Es su obligación, ya que no sirve para otra cosa útil, limpiar esos depósitos de vaya a saber usted qué marranada cancerígena de la planta de Don Millonetis a cambio del salario mínimo. El mencionado y respetable señor y nuestro amigo el inútil se dedicarán como consecuencia de lo anterior a lo mismo, en la misma empresa generadora de riqueza (ya saben ustedes que, si por mí fuera, todas las compañías privadas serían declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco), con la inexplicable pero cierta consecuencia de que uno sufrirá el indecible suplicio de tener que defender sus honrados millones de la tiranía del erario público, mientras el otro podrá tranquilamente disfrutar de sus a todas luces excesivas cuatro semanas de vacaciones (bueno, según casos) gracias a un Crédito Fácil (ja ja ja, se reía el malvado) de Cofi “La Usura me la Pone Dura” Dis, ¡con sólo hacer una llamada! ¡Tres hurras para Medialarrisatis!

Irónicamente, Don Millonetis Hijo, que es un mendrugo a pesar de lo lejos que estaba su colegio de los moros (ya hablaremos de esto) y que ni tan siquiera sabe pintar graffitis de esos tan chulos que pinta nuestro amigo, tiene un despacho con vistas donde tocarse los respetables puesto por su amante padre, aunque nunca ha puesto pie sobre esa mesa ya que prefiere concentrar sus esfuerzos en favorecer a la ciencia médica experimentando en su propio cuerpo el efecto de los tóxicos de moda en el estado más puro. Él no es, bajo ningún concepto, un parásito de ningún tipo, mucho menos social, sino que tiene serias opciones de acabar siendo activo miembro de la cuadrilla de mus del bar del Congreso de los Diputados u otro organismo del estado de turno, amén de diligente pulsador del botón indicado por el capitán del equipo cuando sea menester. De hecho, para la boda de su primo consiguieron que se hiciera el nudo de la corbata y orinase él solito, por lo que podría estar preparado para la próxima legislatura.

No me interpreten mal, no es que no reconozca que hay gente trabajadora y abnegada en todas partes y crea que las únicas personas que hacen algo por la economía son las que tienen un puesto de encargado para abajo (entiéndase ‘para abajo’ en la escala de retribuciones). Lo que pasa es que me parece de chiste que dos personas que trabajan igualmente duro puedan tener perspectivas tan divergentes por el mero hecho de que una trabaje por cuenta ajena y la otra sea la contratante de la primera. Fíjense en que si el negocio va bien la segunda se hace de oro. Si le da la gana de dedicarse a jugar al golf en algún resort de esos, para los que no hemos tenido la solidaridad de hacer entre todos un transvase como dios manda, durante el resto de sus días, no tiene más que mejorar su swing. Pero la primera no, la primera tiene que pringar. De hecho, si queremos que la Seguridad Social sobreviva va a tener que pringar largo y tendido, levantar el país. Ahora, si el negocio va mal, se cierra, se reparten finiquitos (que a ver si se enteran de que con tantas dificultades para despedir a la gente nos van a obligar a llevárnoslo todo a otra parte) y se mete el capital en otra cosa, ¡que esto no son las Hermanitas de la Caridad señora! ¿Y l@s asalariad@s? Ya les ofreceremos un contrato a la baja en la nueva empresa, que con la hipoteca que les vendió Emily no van a tener huevos a decir que no (o como sea la jerga que usen en las esferas correspondientes).

No voy a discutir hoy la naturaleza misma del dinero, con la que tampoco puedo decir que esté del todo convencido, por sacrílego que pueda sonar esto, ni que exista un precio a pagar a l@s capitalistas en forma de interés (tengo entendido que semejante cosa era llamada usura en otros tiempos) o dividendo para la obtención del capital necesario para desarrollar una actividad empresarial, lo cual está, al parecer, en el ABC de cualquier teoría económica actualizada. Para lo que pido una explicación aquí es la enorme diferencia entre los derechos que adquiere sobre una bicicleta el/la que le da pedales y los que tiene el/la dueñ@, sin importar que éste/a pueda ir sentad@ en la parrilla. Incluso si entendiese por qué alguien, ya de partida, puede tener una bicicleta mientras otr@s no tienen siquiera un culottes para andar en ella, seguiría sorprendiéndome que pueda esperar sin rubor encontrar pedaleantes que le lleven de aquí para allá en ella a su antojo, a cambio solamente de dejarles montar, hasta que no quiera que le lleven más y cambie la bici por un patinete, o simplemente encuentre alguien con un trasero más agradable de mirar desde su posición, dejando a sus humanos motores desechados que vuelvan a casa como puedan desde allá donde sea menester, tal vez con una galleta para que merienden.

Muchas gracias.

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