25/08/2007

El papel del Estado en la educación.

Espero que me perdonen ustedes el siguiente ejercicio de vanidad y pereza por el cual les expongo a continuación la carta al director que acabo de enviar a El País, con motivo de la polémica entorno a la asignatura de Educación para la ciudadanía, por su relación con el debate sobre el papel que un estado debe tener en la educación de sus ciudadan@s.

El gran debate.

Asisto perplejo desde que éste comenzó al indescifrable debate suscitado por esta nueva asignatura que se ha de impartir en los centros educativos de ésta nuestra gran nación. Los argumentos arrojados por los innumerables opinantes públicos han sido tantos, tan variados y, en muchos casos, tan grotescos que no he podido evitar perder el hilo en algunas ocasiones. De todas maneras, hay una línea argumental que me fascina. Es aquella por la que respetables señores como Sánchez Ferlosio (Educar e instruir, 29/07/2007) o Xavier Pericay (Educación, instrucción y ciudadanía, 14/08/2007) han dado lecciones magistrales de lo que el sistema educativo debe o no hacer y, sobre todo, ha hecho en el pasado y hace en el presente.

Vienen no sé si a instruirnos o educarnos estos intelectuales en las diferencias que existen entre instruir y educar o, mejor dicho, en las bondades de realizar cada una de dichas actividades en ciertos ámbitos y no en otros. Parece ser que su visión de la enseñanza es más bien expositiva que educativa, de forma que se han de presentar objetivamente los conocimiento a los alumnos para que éstos los cojan, en lugar de tratar de inculcarles ningún tipo de criterio, opinión o forma de pensar en particular. Es interesante, en este sentido, la oposición que hace Fernando Savater (Instruir educando, 23/08/2007) a dicho argumentario. El objeto de mi fascinación es, sin embargo, otro.

Me llama muchísimo la atención que se dejen sin respuesta algunas afirmaciones por lo menos polémicas, como si fuesen no sé si intrascendentes o irrefutables, como que la enseñanza ha sido tradicionalmente instructiva hasta hará unos veinte años, después de lo cual se ha vuelto educativa (en el sentido de llenarse de subjetividades y de tratar de llenarles el cerebro de ideas precocinadas a los alumnos). Es del todo fascinante este modo de cantarle las alabanzas a una forma de enseñar que incluía, según mis fuentes, cosas tan poco sospechosas de esconder objetividad alguna como cantar el ‘Cara al sol’ o explicar de forma críptica lo de la Santísima Trinidad, por poner dos ejemplos al azar, para criticar la inclusión en los programas educativos de materias más allá de fórmulas matemáticas y enumeraciones de acontecimientos históricos y reyes visigodos.

Me ha hecho particular gracia la mención del teorema de Pitágoras como ejemplo de aquello que es totalmente objetivo, para sugerir lo ridículo de cualquier cosa que se pueda hacer aparte de enunciar, y acaso demostrar, algo de esa naturaleza. La verdad es que no falta razón al decir que, aunque son muchas las horas que pueden invertirse en el análisis de tan conocido teorema, sus implicaciones, sus aplicaciones y sus motivaciones, pocas o ninguna de las anteriores sería de carácter metafísico. Está sin embargo, por suerte para todos, la sabiduría humana compuesta de muchas más disciplinas que las matemáticas, muchas de ellas bastante menos tratables formalmente por medio de demostraciones irrebatibles. ¿Cómo puede enseñarse nada sobre la Revolución Francesa, la filosofía de Platón o el Siglo de Oro sin inducir, aunque sea por boca o pluma de reputados autores, reflexiones de todo tipo, incluso morales? ¿No es imposible exponer fría e imparcialmente las razones del Terror de la Convención, las ideas de La República o la polémica entre Quevedo y Góngora?

Pero no digo nada nuevo, nada que Savater no se esfuerce por hacer comprender a todos una y otra vez. Lo que pasa es que no salgo de mi asombro al leer a quienes se empeñan en afirmar que un maestro o una profesora debe acudir a su puesto de trabajo y emitir toda clase de datos hacia sus alumnos para que éstos los recolecten con un cazamariposas, los interpreten gracias a su capacidad de análisis inherente desde su nacimiento, o quizás con las herramientas que sus necesariamente sapientísimos progenitores o catequistas les hayan transmitido, y saquen sus propias conclusiones. Es incomprensible que unos miembros de la sociedad cuando menos tan válidos como otros cualquiera tengan que reprimir sus ansias de educar a los jóvenes en unas ideas que fomentan en todo caso la convivencia y el pensamiento libre, mientras una organización que no conoce justicia, ley o patria se dedica a adoctrinar a niños y mayores dentro y fuera de los centros escolares, escudándose en unos valores cristianos que ella viola y pisotea día tras día. Sería absolutamente escandaloso tachar de proselitismo el inculcar valores sociales y personales a los estudiantes con argumentos como que la educación moral corresponde a la Iglesia, aún en el caso de que ésta realizase semejante función en caso alguno.

Creo a este respecto que, contra el conflicto de competencias que se nos quiere presentar, cabe decir que la educación de nuestros jóvenes corresponde a todas las personas. ¿Cómo se puede educar en el trabajo y el sacrificio a un adolescente, si no es mediante el trabajo y el sacrificio por parte de los que le rodean? ¿Cómo se puede pretender que nuestros pupilos adquieran espíritu crítico alguno si no se les presenta ningún espécimen humano con semejante cualidad? ¿Cómo se puede esperar que la gran mayoría de los estudiantes llegue a conclusiones tan poco evidentes como el valor de la generosidad o el respeto hacia los semejantes y los diferentes, si nadie expresa, explica y defiende dichas ideas a su alrededor? Cualquier esfuerzo de su familia, su imán particular (también llamado TV) o su profesorado está condenado a fracasar si no existe el ejemplo y la opinión sobre el mismo. ¡Y no me digan que semejantes cosas deben hacerse en la familia o la parroquia! ¡No me sorprendan con que el Estado, esa imperfecta organización que pertenece a todos los ciudadanos, no tiene también la obligación, como cada una de las personas, de transmitir sus valores a los jóvenes, con que debe inhibirse en favor de oscuros círculos de sangre o prácticas de culto a seres triples! ¿O es que el que el Estado sea aconfesional quiere decir que sólo legisla y ejecuta, sin basarse en principio ni criterio moral alguno? ¿Y si efectivamente el Estado se basa en unos valores, no le corresponde a él también transmitirlos? ¿Y si es así, cuál es el medio que debe utilizar para llegar a los menores, si no es la enseñanza que los ciudadanos le hemos encargado asegurar a todos?

Si me permiten la arrogancia de acabar con un párrafo de conclusiones, les diré que mi humilde opinión es que las voces que se alzan contra Educación para la Ciudadanía, igual que las que se alzan, por suerte lejos de nuestro país en números importantes, contra la enseñanza de las teorías evolutivas o las que se alzaron en su día contra las teorías heliocentristas, tachándolas de subjetivas o herejes, según la dialéctica de la época, lo hacen desde el miedo a la competencia. Me temo que no hay otra razón para su oposición a que aquellos que opinan de forma diferente lleguen a la juventud, que el pavor que tienen a que, al perder el monopolio de la educación, su doctrina no consiga calar tan hondo en las nuevas generaciones. Me parece que no les gusta arriesgarse a que los demás convenzan más.


Muchas gracias.

18/08/2007

El trabajo por cuenta ajena

Que me perdonen el difunto Herr Karl y demás grandes pensadores/as por no consultarles antes de empezar a remover el fango, pero considero una buena práctica el reflexionar sobre la lección de mañana antes de oír lo que dice la maestra. En este caso, y como bien se me ha titulado arriba, toca tocar los intocables con el tema de l@s trabajadores/as asalariad@s.

Recuerdo aquellos días de mi prepubertad en los que una de las grandes preocupaciones parecía ser – digo en este caso parecía porque, como buen chiquillo, me enteraba de las cosas digamos que a mi manera – la sustitución de las personas por máquinas en gran parte de los procesos productivos y demás actividades susceptibles de requerir mano de obra – apasionante expresión llena de significado –. Diría que toda una clase (peloteo para el alemán de arriba) veía amenazado su nicho social y, por qué no, biológico. Los poderosos, los dueños de las fábricas y compañías telefónicas, iban a prescindir más temprano que tarde y gracias a la tecnología de l@s obrer@s. ¿Cómo alimentarían a sus hij@s – en aquella época no existía la preocupación de recargar el saldo de los teléfonos móviles de la prole – las personas así despojadas de la actividad que procuraba su sustento?

Parece ser, al menos en mi imaginario particular, que la mencionada preocupación no tiene cabida hoy en día en la agenda de casi nadie. Según está organizada la economía actualmente, el consumo, y con él l@s consumidores/as, es absolutamente imprescindible para el correcto funcionamiento de los engranajes de la gran máquina. Casualmente quizás, el señor proletario resulta ser la misma persona que el estimado cliente, la señora obrera coincide en nombre y apellidos con la compradora dama. Mágicamente, o por alguna serie de razones que sólo una sesuda autoridad en la materia sería capaz de explicar correctamente (¿voluntari@s?), el nicho antes amenazado es ahora un panteón con televisor de plasma y conexión a Internet de banda ancha (ese adjetivo que tod@s, en nuestra infinita ignorancia, considerábamos antónimo de estrecha).

En otro alarde de memoria de elefante con alzheimer y demasiada imaginación, creo recordar que en la época del terror a las máquinas “trepa” leí un artículo de opinión en un periódico (no me pidan nombres por lo que más quieran) que venía a decir algo así como que en el futuro, cuando todo el trabajo de las personas fuera hecho por máquinas, la humanidad tendría que aprender a relajarse y disfrutar, dejar hacer a los mecánicos prodigios, compartir los productos de su automática labor. Me parece que algunas obras futuristas de los años 70 imaginaban algo así, ¿verdad? De todas maneras, no tiene esto pinta de que semejante cosa vaya a ocurrir de momento. La tecnología implica servidumbres mucho más allá de lo que la mayoría imaginábamos (que se lo pregunten a cualquier informático) y no termina de ser capaz de sustituir a los seres humanos. Cabría, en este sentido, una importante reflexión en cuanto a la evolución de los puestos de trabajo, sus condiciones y requisitos, que me permitirán deje para otro momento. El caso es que, a todas luces, seguirá habiendo trabajo para nosotr@s, aunque no tenga que ser, necesariamente, el que nos gustaría o en las condiciones en las que nos gustaría.

Es llamativo el hecho de que, según la declaración de los derechos humanos y la más mínima de las muchas formas posibles de inteligencia aplicada, todo ser de nuestra especie sea acreedor de ciertos medios básicos para su digna existencia, a la vez que se imponen ciertas condiciones para la obtención de éstos como algo en muchos ámbitos indiscutible. Me refiero a que se presenta como esperable que, por ejemplo, un chico de veinte años, oficialmente no cualificado para nada más, acepte un puesto de trabajo especialmente penoso (imagínense ustedes lo que quieran) por el mero hecho de que es el único que se le ofrece. Nuestro amigo sería un parásito social si así no lo hiciera, si pretendiera aprovecharse de nuestro estado del bienestar para procurarse aquellos medios que, según creo haber coincido con ustedes en esto, son derecho inalienable suyo. Es su obligación, ya que no sirve para otra cosa útil, limpiar esos depósitos de vaya a saber usted qué marranada cancerígena de la planta de Don Millonetis a cambio del salario mínimo. El mencionado y respetable señor y nuestro amigo el inútil se dedicarán como consecuencia de lo anterior a lo mismo, en la misma empresa generadora de riqueza (ya saben ustedes que, si por mí fuera, todas las compañías privadas serían declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco), con la inexplicable pero cierta consecuencia de que uno sufrirá el indecible suplicio de tener que defender sus honrados millones de la tiranía del erario público, mientras el otro podrá tranquilamente disfrutar de sus a todas luces excesivas cuatro semanas de vacaciones (bueno, según casos) gracias a un Crédito Fácil (ja ja ja, se reía el malvado) de Cofi “La Usura me la Pone Dura” Dis, ¡con sólo hacer una llamada! ¡Tres hurras para Medialarrisatis!

Irónicamente, Don Millonetis Hijo, que es un mendrugo a pesar de lo lejos que estaba su colegio de los moros (ya hablaremos de esto) y que ni tan siquiera sabe pintar graffitis de esos tan chulos que pinta nuestro amigo, tiene un despacho con vistas donde tocarse los respetables puesto por su amante padre, aunque nunca ha puesto pie sobre esa mesa ya que prefiere concentrar sus esfuerzos en favorecer a la ciencia médica experimentando en su propio cuerpo el efecto de los tóxicos de moda en el estado más puro. Él no es, bajo ningún concepto, un parásito de ningún tipo, mucho menos social, sino que tiene serias opciones de acabar siendo activo miembro de la cuadrilla de mus del bar del Congreso de los Diputados u otro organismo del estado de turno, amén de diligente pulsador del botón indicado por el capitán del equipo cuando sea menester. De hecho, para la boda de su primo consiguieron que se hiciera el nudo de la corbata y orinase él solito, por lo que podría estar preparado para la próxima legislatura.

No me interpreten mal, no es que no reconozca que hay gente trabajadora y abnegada en todas partes y crea que las únicas personas que hacen algo por la economía son las que tienen un puesto de encargado para abajo (entiéndase ‘para abajo’ en la escala de retribuciones). Lo que pasa es que me parece de chiste que dos personas que trabajan igualmente duro puedan tener perspectivas tan divergentes por el mero hecho de que una trabaje por cuenta ajena y la otra sea la contratante de la primera. Fíjense en que si el negocio va bien la segunda se hace de oro. Si le da la gana de dedicarse a jugar al golf en algún resort de esos, para los que no hemos tenido la solidaridad de hacer entre todos un transvase como dios manda, durante el resto de sus días, no tiene más que mejorar su swing. Pero la primera no, la primera tiene que pringar. De hecho, si queremos que la Seguridad Social sobreviva va a tener que pringar largo y tendido, levantar el país. Ahora, si el negocio va mal, se cierra, se reparten finiquitos (que a ver si se enteran de que con tantas dificultades para despedir a la gente nos van a obligar a llevárnoslo todo a otra parte) y se mete el capital en otra cosa, ¡que esto no son las Hermanitas de la Caridad señora! ¿Y l@s asalariad@s? Ya les ofreceremos un contrato a la baja en la nueva empresa, que con la hipoteca que les vendió Emily no van a tener huevos a decir que no (o como sea la jerga que usen en las esferas correspondientes).

No voy a discutir hoy la naturaleza misma del dinero, con la que tampoco puedo decir que esté del todo convencido, por sacrílego que pueda sonar esto, ni que exista un precio a pagar a l@s capitalistas en forma de interés (tengo entendido que semejante cosa era llamada usura en otros tiempos) o dividendo para la obtención del capital necesario para desarrollar una actividad empresarial, lo cual está, al parecer, en el ABC de cualquier teoría económica actualizada. Para lo que pido una explicación aquí es la enorme diferencia entre los derechos que adquiere sobre una bicicleta el/la que le da pedales y los que tiene el/la dueñ@, sin importar que éste/a pueda ir sentad@ en la parrilla. Incluso si entendiese por qué alguien, ya de partida, puede tener una bicicleta mientras otr@s no tienen siquiera un culottes para andar en ella, seguiría sorprendiéndome que pueda esperar sin rubor encontrar pedaleantes que le lleven de aquí para allá en ella a su antojo, a cambio solamente de dejarles montar, hasta que no quiera que le lleven más y cambie la bici por un patinete, o simplemente encuentre alguien con un trasero más agradable de mirar desde su posición, dejando a sus humanos motores desechados que vuelvan a casa como puedan desde allá donde sea menester, tal vez con una galleta para que merienden.

Muchas gracias.

15/08/2007

¿Qué es una persona sola a la sociedad entera?

Se quejaba un buen amigo mío hará ya casi un año de la pequeñísima proporción de personas que, en su opinión, están realmente comprometidas con unos principios más allá de sus propios mundanos intereses. “No hablemos ya de ideales”, me decía. Creo recordar que cifró en un noventa y cinco por ciento del total de la población (es de suponer que él hacía dicha estimación basándose en su esfera social, que he de calificar de amplia y variada pero que no es precisamente un muestreo estadísticamente estricto de la población nacional, cualquiera que sea la nación considerada, por lo que pido en su nombre cierta laxitud en el rigor matemático del asunto) a aquell@s que no se guían en sus quehaceres cotidianos, por no mencionar las situaciones más delicadas, por criterio alguno que pueda suponer el más ridículamente pequeño menoscabo de su confort, si por confort se entendiese una mezcla entre el sedentarismo físico y mental y la no exaltación de las propias emociones (no sé si estoy muy contento con esta forma de expresarlo, pero la verdad es que cada un@ puede interpretarlo como mejor le plazca, de manera seguramente correcta).

Un ejemplo de esta opinión que, por su actualidad, puede resultar ilustrativa, puede ser observado en cualquier plaza, calle o parque donde jóvenes y no tan jóvenes bebemos regularmente (un@s más regularmente que otr@s, en todos los sentidos) vino mezclado y muchas otras pócimas. Uno de los argumentos más sólidos de entre los esgrimidos por los enemigos de nuestro querido deporte nacional (elijan ustedes nuevamente la nación que más rabia les de) es el lamentable estado higiénico en el que queda casi siempre, porque se supone que alguna excepción habrá, el lugar de celebración. Pues bien, cualquiera que se proponga pensarlo, se dará cuenta de que esta consecuencia del económico beber es de lo más absurda. ¿Acaso no son las ricas ponzoñas trabajosamente acarreadas al paraje elegido para honrar a Dionisio, Boris y Bond por l@s mism@s discípul@s que después abandonan sus recipientes de la forma más indolente? ¿No es por ventura un trabajo mucho más fácil y menos penoso retirar los sobrantes, incluso depositarlos para su reciclaje? He aquí pues una de las muchas expresiones, o más bien todo lo contrario, de la cualidad de cuya escasez mi buen amigo se lamentaba.

No todas las preocupaciones que asaltaban al protagonista de hoy eran, sin embargo, tan logísticas, con el debido respeto a tan importante aspecto de la vida, sino que tenían que ver prácticamente con cualquier actividad humana, desde las relaciones afectivas hasta los idearios político-económicos (espero que me perdonen l@s puristas de la terminología que pisoteo tan asiduamente, además del Señor Académico de la Lengua Pérez Reverte cuyas enérgicas puntualizaciones en cuanto al uso de la @ y otras barbaridades me paso normalmente, como muy bien diría él, por el forro de los cojones), pasando por la forma de practicar la ciudadanía. Digamos que el pobre hombre era más bien pesimista en cuanto a la capacidad de nuestra sociedad de, conjunta y sacrificadamente, mejorarse a sí misma, haciéndose más justa e igualitaria. Dejaré así la exposición de lo que entendí de su reflexión, ya que si fuera equivocada o incompleta, estoy seguro de que sus aclaraciones no se harían esperar. Me dedicaré ahora a lo que fue y es mi respuesta a dichas preocupaciones.

No puedo negar que hace mucho tiempo que las lágrimas dejaron de mojarme los ojos cada vez que escribo, digo, oigo o leo aquello de que “la soberanía de H o de B reside en el Pueblo”. Tengo que reconocer que me río (aunque no me haga ni puta gracia, como decía aquél) cuando leo en una tapia el “Herriak ez du barkatuko”. No engañaría a nadie a estas alturas si dijera que considero al conjunto de los ciudadanos de ningún sitio ente de inteligencia suprema y nobleza espiritual, de ser incorruptible y poderoso. Sin embargo, soy optimista en cuanto a la buena disposición de una gran mayoría de los seres humanos al trabajo, la generosidad, el sacrificio, la racionalidad, la austeridad, la modestia y otras muchas actitudes que creo no ser el único en valorar positivamente. Creo, o mejor dicho, tengo la impresión de que no es algo inherente al ser humano, y aunque no cite ninguna referencia sé que no digo nada nuevo, el ser vago, avaricioso, egoísta, irracional, ostentoso, derrochador, vanidoso etcétera. Me parece que, aparte de generalmente pequeñas condiciones debidas a esos misterios de la vida a los que los que se las quieren dar de enterados llaman ahora siempre genes, amén de famosas siglas, las personas somos enteramente moldeables. ¿Cuánt@s de ustedes creen que una mujer elegida al azar será en la mayoría de los casos menos capaz de razonar que un hombre seleccionado de la misma manera? Espero que muy poc@s. Curiosamente, entiendo que esto no era así hace mucho menos tiempo de lo que habría sido deseable. ¿Acaso por ello alguien se atreve a pensar que la raza humana está cambiando en sus bases biológicas, de forma que naturalmente tiende a considerar a ambos sexos como iguales? Yo no. Para mí es evidente que solo hay dos maneras de que una persona llegue a considerar a otra su igual, aparte del uso de la razón de una manera más complicada de lo que cabría a muchos esperar: que la otra persona se comporte como su igual o que una tercera persona, a la que la primera considera previamente su igual, se comporte como igual de la segunda – es decir, mediante el ejemplo directo o el indirecto –.

Antes de que a alguien se le ocurra, con toda justicia, recriminarme que justifique mi relativo optimismo respecto a la capacidad de nuestra sociedad de mejorarse a sí misma en el poder del ejemplo, cuando es precisamente el ejemplo el que muchas veces corrompe la virtud en muchas ocasiones (tómese como ejemplo el caso de la ciudadana que tiene la impresión de que es la única que paga sus impuestos y consecuentemente deja de hacerlo, sin entrar a valorar la virtud o falta de ésta que pueda haber en pagar según qué gravámenes), permítaseme hacer un llamamiento. Aquellas personas que estén convencidas de que algo debe hacerse no pueden esperar a que aquell@s a su alrededor lo hagan, para entonces unirse al jolgorio, sino que deben predicar con el ejemplo. Así, si uno considera una soberana gilipollez el dejar su “botellódromo” lleno de basura, recoger su parte (y probablemente algo más) después de libar es una buena idea, que uno pone en práctica desde hace ya años. Entonces es cuando se llega a la pregunta que da título a este texto: ¿Qué es una persona sola a la sociedad entera?

Mi respuesta también viene en forma de preguntas:

¿Qué eran y son l@s valientes ciudadan@s que, con gran riesgo y en ocasiones pérdida de sus propias vidas, hacían y hacen frente a todo tipo de delincuentes cuando éstos están atentando contra otras personas, a las que muchas veces ni siquiera conocen, por la única razón de que pasaban por allí? ¿Acaso no encienden dichas acciones el fuego en el interior de quienes las presenciamos u oímos de ellas? ¿No deseamos ser capaces de mostrar nuestro valor de encontrarnos algún día en una situación semejante? ¿No provoca inseguridad, muchas veces vergüenza, a los malhechores el haber sido enfrentados por personas indefensas y a la vez temerarias?

¿Qué son l@s por algun@s tan odiad@s expert@s informátic@s que dedican tantísimas horas diariamente a, de forma completamente altruista, desarrollar aplicaciones que después regalan a la sociedad, o desproteger todo tipo de programas y material audiovisual con el solo propósito de hacerlo más accesible al público? ¿Acaso no nos sentimos impulsados a donar nuestro trabajo, en la medida en que nos lo permita nuestra necesidad de ganarnos la vida, inspirados por el mero hecho de que otras personas así lo hacen y así benefician a la sociedad?

¿Acaso no han nacido tantísimas cosas buenas de que la humanidad dispone hoy en día de iniciativas minoritarias? ¿No se les ocurren a ustedes más ejemplos? Hay muchos.

Muchas gracias.

14/08/2007

El estado de bienestar, ese enemigo del progreso.

Los hombres sabios han hablado y nos han revelado la causa de todos nuestros males. La falta de competitividad – esa cosa tan importante para una economía moderna – se debe a nuestro estado de bienestar – esa cosa tan innecesaria que obliga a los más capaces y abnegados a tirar de los incompetentes y los vagos –.

Desgraciadamente, l@s ignorantes somos testarud@s. No nos convencen tan fácilmente. Nos gustan los ejemplos rebuscados y los utilizamos contra los sabios, esos señores sesudos que no se pueden preocupar de las menudencias, que piensan en las masas de población (aunque a veces se equivocan con la población de masas, de dinero), en la gente normal. Tenemos en este caso algunas ideas también. La más inmediata es la del señor peón de los altos hornos – aquellos de ustedes que no supiesen que los altos hornos están de capa caída y que los que cantan hoy en día son los hornos de arco, ya lo saben – que vio desaparecer su puesto de trabajo cuando tenía cuarenta y cinco años. Cualquiera que conozca el mercado laboral les dirá que un caballero de esa edad, peón desde los diez y seis, sin uno de esos utilísimos ciclos medios, con dos hijas y una amante esposa con cáncer de mama, no es precisamente el protagonista de los sueños húmedos de ningún jefe de recursos humanos. De hecho, resultaría fácil imaginar a nuestro amigo en serios apuros si no fuera porque el finiquito ha sido decente y el paro le da para ir tirando. Hagámoslo.

El señor Parado vive en una economía dinámica. La contratación y des-contratación de mano de obra es algo que no presenta obstáculos al desarrollo de los negocios. Las empresas, verdaderos motores de la sociedad, no tienen problema alguno para adaptarse a las demandas, cada vez más cambiantes y exigentes, de un mercado global donde la competencia es feroz. El lastre de los impuestos, que en otro tiempo diezmaba los beneficios, ha sido aligerado de forma que las iniciativas prosperan con mayor facilidad. Las prestaciones por desempleo son casi inexistentes, por lo que la disposición de la población activa al trabajo es buena. La de don Parado lo es también. La verdad es que está desesperado por encontrar un trabajo, cualquier trabajo. El colegio de las niñas ya le ha mandado dos cartas de aviso. Exacto, tiene que pagar por la educación de sus hijas. El sistema educativo público y gratuito ha sido eliminado por su ineficiencia. Ahora los centros compiten entre sí, de forma que el servicio mejora (por lo general y en teoría, que son ustedes de un exigente...). Lo mismo pasa con la quimioterapia de su mujer, que si no se paga la póliza del seguro puntualmente, éste no puede hacerse cargo, se deben a sus socios. Curiosamente, al individuo en cuestión, hay gente para todo, que la economía de su país sea la más productiva del mundo no le resulta de ningún consuelo. Es más, se lo crean ustedes o no, el hecho de que los accionistas del grupo que le despidió, perdón, hizo redundante, hayan recibido este año el dividendo más jugoso de la última década le trae absolutamente sin cuidado. Él, en su infinito egoísmo, sólo ve sus propios problemas.

Podríamos seguir añadiéndole preocupaciones a nuestro héroe. Podríamos dejarnos llevar por la euforia tecleante y escribirle una hipoteca, que un banco se viese tristemente obligado a pedirle que abandonase la propiedad (su casa para los que hablamos castellano) por impago de los cincuenta mil euros de deuda que todavía tuviese – buen precio para una vivienda en los tiempos que corren –. No vamos a hacerlo. Vamos a darle un respiro y le vamos a dejar en un país con estado del bienestar, uno de esos países que no se comen una rosca en las cuentas de los tiburones y en los que se come todos los días, mientras nosotros fastidiamos un poquitín más a nuestros papás en dineros.

Imaginen ahora ustedes, no les será difícil, un hombre adinerado, con tres coches de lujo, que viste de Marrani del bueno y se mete la droga más cara que esté de moda. Su mujer tiene que comer de la basura y a sus hijos ni les conoce. Tápense los ojos los de estómago delicado, porque este desgraciado tiene como fuente importante de ingresos el proxenetismo, el cual ejerce sobre familiares suyos también, por qué no. Dejo al albedrío de l@s lectores/as el establecimiento de las figuras retóricas que comparen al desecho humano presentado con un estado que, siendo técnicamente próspero, muchas veces gracias o incluso a costa de los más desfavorecidos de sus ciudadanos, desatiende a aquellos que se encuentran en necesidad. El compartir dichas figuras o cualquier otra reflexión en este humilde rincón de la red es ya elección suya, siempre con el agradecimiento de quien les escribe.

Muchas gracias.

11/08/2007

Todos sabemos que el comunismo no funciona

Es algo que está en el aire. Todo el mundo parece saberlo. Es así. El comunismo es una ilusión. Es una utopía que nos gustaría hacer realidad. Pero no podemos. La gente es egoísta. La gente no piensa más que en sí misma. No hay más que ver lo que pasa con los funcionarios. Las empresas públicas son un pozo sin fondo, donde caen millones y no sale nada. Todo el que sepa un poco de economía lo sabe. Pero yo no sé nada. Vengo a que me enseñen ustedes.

Vendrán l@s técnic@s y nos aclararán, cuando proceda, cuanto haya que aclarar sobre los hermanos Marx, Lenin y Carrillo - el de la peluca de rizos - y otros artistas que teorizaron y/o practicaron en temas relacionados con compartir, en principio de forma igualitaria, los bienes y servicios disponibles por una parte, por otra los trabajos y penurias (no se confundan los unos con las otras), en un grupo de personas. Sintámonos de momento libres de dejar volar nuestra imaginación, pues somos osados, hasta ver, si se me permite la locura, dos hermanas escardando una huerta. Ellas trabajan por igual y, cuando tienen sed, beben agua del botijo por igual. Es más, ellas van, unas veces la una, otras veces la otra, hasta la fuente a llenar el recipiente, que les fue dejado en herencia por su madre y, por lo tanto, pertenece a ambas al 50% - he aquí una concesión a aquell@s de mis amad@s lectores/as que son aficionad@s a la tranquilizadora exactitud de los números -. La casa, los productos de la tierra, la limpieza y la cocina, el dinero y las cuentas, amén de todo lo demás, comparten ambas a partes idénticas. He aquí la comuna más pequeña jamás habida.

Algún perspicaz lector o alguna avispada lectriz habrá pensado ya, con gran acierto, que no existe mérito alguno en compartirlo todo entre dos iguales, ya que, por el hecho de ser iguales, aún compitiendo acapararían ambas partes la mitad de aquello por lo que compiten. Con toda justicia se me hace esta objeción y yo la acepto. Debemos pues hacer, si queremos seguir por el camino iniciado, de nuestra imaginaria comuna inútil una comuna de diferentes. También combiene, en mi opinión, hacerla mayor, ya que formar una comuna de dos personas es algo que podría ser ridiculizado, por su parecido a un matrimonio - de los buenos, y no lo digo porque las personas de nuestra ficción tengan lazos de sangre -, y tachado de ejercicio vano. Así, he aquí que la comuna admitirá un nuevo miembro, hermano menor de nuestras fundadoras. El pobre hombre está incapacitado para ciertas labores, debido a que una malformación de la columna vertebral le tiene postrado en una silla de ruedas. Además, para que nuestr@s más exigentes amig@s se sientan satisfech@s, una condición genética le impide desarrollar actividad intelectual más allá del 20%, pongamos por caso, de la que es capaz cualquiera de sus hermanas. Es pues nuestro nuevo miembro un receptor neto, mientras que sus hermanas son donadoras netas, si se me permite la falsedad, de la que tal vez trate en otro momento, de equiparar el trabajar a un acto totalmente donativo y el consumir los productos del trabajo ajeno a un acto totalmente receptivo.

Bien. Una vez más mi natural romanticismo me impulsa a creer que nadie concibe ninguna razón por la que nuestra comuna debiera funcionar mal en ningún modo. Las hermanas trabajan y disponen de forma similar, el hermano es atendido debidamente y colabora en la medida de sus posibilidades, la desigualdad no ha podido deshacer esta familia. ¡Oh, no! Ahí está. Lo acabo de escribir. Hemos creado una familia, no una comuna. Efectivamente, la familia es la unidad constituyente de la sociedad. Una sociedad que funciona según dicta el egoísmo de cada individuo. Perdón, de cada familia. El comunismo sólo funciona dentro de la familia.

L@s más astut@s de mis lectores/as se habrán dado cuenta de que una de mis armas favoritas es la paulatina generalización de casos extremos. Se esperarán por tanto que les pida a todos ustedes que me perdonen por un error que he cometido. He de confesar que el tercer miembro de nuestra ficticia comuna no es el hermano de las otras dos miembros, sino su primo. De hecho, es su primo tercero. Bueno, un amigo de su primo tercero, el que murió en la guerra. Bueno, eso dijeron a los vecinos, pero en realidad se lo encontraron hace unos años abandonado en la fuente... ¿Sigo? ¿Hasta cuándo? ¿Dónde han dejado ustedes de creer en la viabilidad de la familia, si es que lo han hecho? ¿Se imaginan un proceso parecido añadiendo más y más miembros? ¿Cuándo dejaría la familia de ser tal, pasando a ser una comuna? ¿Cuándo dejaría de funcionar?

Ruego me permitan parar aquí, ya que las posibilidades son infinitas, a mi entender, y soy partidario de dejar los análisis profundos al debate y no a la mera exposición por parte de una sola persona. Creo que mi inquietud ha quedado suficientemente expuesta. A partir de aquí, prefiero que cada uno reflexione por su cuenta, como yo hago por la mía. Eso sí, me gustaría muchísimo que compartieran ustedes sus ideas, comentarios, recomendaciones, lo que quieran, con este humilde autor que les agradece profundamente su atención.

Muchas gracias.

Lección 1, página 1, y ya tengo preguntas.

Esto de la economía a se ve que se me escapa. Y no piensen ustedes que lo digo porque no conozca los mecanismos por los cuales se regula el mercado de valores o no tenga ni idea de por qué el índice Nikkei es una de las preocupaciones que todo ciudadano de bien debería tener cuando se levanta los domingos por la mañana, que ni conozco los unos ni tengo la otra, sino porque no entiendo las más básicas de las leyes que se supone yacen en el fondo de todas las cuestiones que afectan a la forma en que se nos dice que debemos los humanos administrar nuestras haciendas.

Tómese, por ejemplo, la que suele ser primera página de la primera lección de muchos intentos por hacerme entender algo, la cual está dedicada a unas cosas a las que llaman, según creo, curva de oferta y curva de demanda. Dícesenos con gran regocijo matematiquero que una función, que define el precio de un producto cualquiera según la cantidad en la que éste cambie de manos, existe y es creciente en el caso de la oferta; decreciente en el otro caso, el de la demanda. Así pues, el precio de las cosas, qué bonito, viene perfectamente definido por la intersección de ambas curvas.

¿Cuántas horas han pasado tant@s aventajad@s alumn@s de esta primera lección, durante sus días de enternecedor optimismo geométrico, deleitándose en el cálculo del precio de imaginarios y diversos productos a partir de lineales relaciones cantidad-precio para oferta y demanda de éstos? No, amiguitos, no es eso lo que se hace para ponerle el precio a los iPedos en el MedioMasked. ¿Cuán aburrido sería el mundo si, en lugar de practicar la lucha libre en corbata, los tiburones de las finanzas consultasen, en sentido figurado, al gran Descartes para averiguar el punto de corte de sus mágicas rectas? No es así, no. Afortunadamente, las funciones que se mencionan son más complicadas y muy difícilmente definibles con precisión; refiéranse ustedes a publicaciones de expertos en la materia para profundizar en este apasionante tema.

Voy a dejar ya de aburrir a mis pacientes lectores/as con tecnicismos sobre las bases de teorías econonómicas, para empezar a torturarles con mis propias reflexiones. Una que últimamente me intriga en especial es la siguiente: ¿por qué ha de ser la curva de oferta creciente y menguante la de demanda? No empiecen a explicármelo todavía, permítaseme primero exponer algunos casos hipotéticos.

Año 1994. Un vendedor de cromos de fútbol tiene 50 cromos de Juelen Garrero - L@s que tenemos entre 20 y 30 años de edad tenemos alguna posibilidad de recordar que el cromo de Juelen Garrero era casi imposible de encontrar, había muy pocos. L@s demás, hagan el favor de intentar imaginarse la situación con el coleccionable que más les inspire -. Pongamos que 1000 personas quieren uno de los cromos que nuestro héroe tiene en sus manos, que desean uno con fervor. Como eBuy no está todavía a su alcance, este señor decide usar el viejo método y sube el precio de sus cromos de forma intuitiva, sondeando a sus clientes e intentando obtener el mayor beneficio posible de sus ventas. Todos los cromos de Juelen que vende acaban en manos de personas con recursos económicos, que pueden permitirse los altos precios, ridículos para una simple foto (incluso aunque ésta sea de La Perla), que la competencia entre los demandantes y el ánimo de lucro del protagonista les hacen pagar. Las leyes del mercado han dejado a los críos de doce años sin acabar la colección del Mundial de los Esclavos Unidos.

Intuyo que no se les ha roto a la mayoría de ustedes el corazón al imaginar (o en algún caso recordar) la situación arriba planteada. Mis más básicas fantasías sobre la dignidad humana me llevan a pensar, sin embargo, que el resultado sería muy diferente si en lugar de cromos se hablase de pan - en una situación en la que no cupiese aplicar, al igual que en el caso original, ninguna astuta estrategia parecida a la sugerida por María Antonieta -. Confío en que la opinión generalizada apuntaría a que algo parecido al racionamiento sería procedente en lugar de nuestra en cualquier otro caso amada ley de la oferta y la demanda.

Dos extemos de una misma línea han sido pues dibujados, según creo. Igualmente, los dos extremos de otra línea perpendicular pueden aparecer fácilmente cuando son los ofertantes los que compiten por una demanda proporcionalmente escasa. El abaratamiento de equipos electrónicos cuando la competencia aumenta podría ponerse como ejemplo homólogo al caso de los cromos, mientras que sugiero la explotación Steinbeckiana de los trabajadores como paradigma del otro extremo.

Como l@s fervientes admiradores/as de la geometría analítica y otras disciplinas sabrán seguramente refinar, las dos líneas que he sugerido definen un plano. La discusión de ese plano y de la vigencia de las leyes de la oferta y la demanda en diferentes regiones del mismo es algo que me apasiona y a la vez me supera, de forma que cualquier aportación de l@s lectores/as será extremadamente bienvenida y reconocida.

Muchas gracias.