23/02/2008

Las herramientas de la revolución.

Estaba el otro día planeando cómo arreglar el mundo con un amigo mío en un bar, local éste en concreto del que no ha salido todavía ninguna joya de la filosofía ni de la literatura que se sepa, pero que es al fin y al cabo un bar. Estábamos en ello por sustituir de alguna manera al vicio, más que por otra cosa, ya que íbamos a colacaos y sin personas que despertasen nuestros instintos, amén de habernos dejado el tabaco en casa. Nuestro objetivo era por supuesto, y por favor interpreten ustedes lo siguiente sin darle demasiado dramatismo, ya que se habrán dado cuenta de que utilizo normalmente los términos más específicos un poco a mi manera, desmantelar el capitalismo feroz que rige en muchas de nuestras actividades y sustituirlo por algo más, digamos, comunista.

Tuve un profesor de economía una vez, economía como asignatura de una carrera técnica, tampoco se crean que era aquello la segunda internacional, que empezó diciendo algo así como que íbamos a estudiar el modelo económico capitalista, que era el único útil ya que el comunista había demostrado ser una caca al hundirse la Unión Soviética. No me hizo el tema ni puñetera gracia, más que nada porque tengo un pronto muy malo yo, y seguramente por eso no me enteré del resto de sus enseñanzas demasiado bien, como suele deducirse de la ignorancia que demuestro con mucho de lo que escribo.

Por otra parte, supongo que por esa moralitis que nos acecha a todos hoy en día, he oído criticar al comunismo y sus satélites en términos de represión, autoritarismo, dictadura, campos de concentración en Siberia, alcoholismo, juerguismo y mujerieguismo del camarada Khrushchev y otras cosas que, si les digo la verdad, parecen estar relacionadas con las teorías comunistas igual que el color rojo, de una manera completamente circunstancial. A este respecto, tengo que decir que para hacerles justicia a l@s teóric@s del capitalismo, que seguro que no les hace falta a ustedes que les diga quiénes son, de lo cual me alegro muchísimo porque no tengo ni idea, hay que reconocer que ell@s no tienen la culpa de lo del Prestige, la guerra de Irak, el cáncer de pulmón o la bomba de Hiroshima. Más bien digamos que se les ha utilizado como excusa para cometer fechorías varias que no tenían mucho que ver con sus honrados esfuerzos matemáticos.

En fin, que en medio de semejante marabunta de verdulerías que, por más entretenida que resulte a l@s tiffossi de las palabras terminadas en –ismo, -ista, -ante, -idad, -ción y demás, no pasa de ser un sustituto de la liga de fútbol, los “supermartes” o los torneos de tute del Josemi, en el sentido de que no son más que una forma de matar el tiempo que por lo demás no llevan a ninguna parte, es normal que el desánimo haga presa en notr@s de vez en cuando y nos dediquemos a actividades que nos parecen más adecuadas al puro distraimiento, como pueden ser jugar al ajedrez o hacer concursos de pedos (actividades para nada comparables en las habilidades requeridas para realizarlas, pero igual de inútiles desde el punto de vista práctico).

Sin embargo, el otro día tenía yo uno de esos ídem en los que me creo que lo sé todo y además tengo un plan para acabar con los problemas de la humanidad (es que estas palabras lo invaden todo). La razón de este optimismo (creo que he estado tirando piedras a mi propio tejado en el párrafo anterior...) era que había estado leyendo algo de un reciente premio Nobel de economía que parece ser que se llama Yunus. Seguramente much@s de ustedes saben hasta cada cuánto tiempo se corta este señor las uñas de los pies, pero permítanme que les exponga brevemente lo que entiendo yo que nos ofrece.

Parece ser que este banquero se ha erigido en una de las figuras más importantes de la economía mundial por medio de los microcréditos, un concepto absolutamente fascinante según mi opinión. Para una exposición rigurosa ruego se dirijan ustedes a http://www.grameen-info.org/ , aunque necesitarán saber un poco de inglés y me van a perdonar que les deje buscar las entradas de Wikipedia en castellano a ustedes mism@s, pero esto consiste básicamente en prestar pequeñas sumas de dinero a personas que no pueden realizar sus actividades económicas como les gustaría porque son extremadamente pobres, no pudiendo así hacer ninguna inversión inicial por ínfima que ésta sea – léase una pastora sin ovejas, un agricultor sin semillas o un payaso sin nariz roja -. Estas sumas son normalmente fácilmente devueltas pero acceder a ellas es imposible para estas personas por ese extraño mecanismo que hace a los bancos y cajas no prestarle dinero más que a l@s que no lo necesitan. Podríamos quizás hacer la excepción del tema de las hipotecas “sub-prime” que está tan de moda últimamente, que ha resultado ser una manera de robar también a l@s pobres sin aval, pero l@s clientes de los microcréditos son todavía más pobres, tanto que ni siquiera l@s banquer@s quieren robarles.

El problema es que si yo abro una oficina en el barrio Paria de Calcuta o en la zona más “bien” de La Moraleja y le presto cinco, diez, cincuenta euros sin aval a cualquiera que venga a pedírmelos la llevo clara. En Calcuta porque a ver cómo le sigo yo el rastro luego a Rashid para que me devuelva el dinero, que un préstamo es un préstamo, en vez de gastárselo en comer unos meses y luego volver diciendo que se llama Hamed, que aquí nos conocemos todos, y en La Moraleja porque a ver si se han creído ustedes que la gente vive allí por honrada o por tener mal pulso para hacer lo que se suele decir.

Total, que se han montado un sistema mezcla de comuna anarquista y comunismo individualista (es que estoy leyendo “La guerra civil española” de Hugh Thomas, que les recomiendo a ustedes) en el que se va la gente avalando mutuamente. Es una especie de asamblea de mujeres (es que los hombres deben de ser poco fiables por la India y por ahí) que decide si se avala a sus miembros y toma otras decisiones varias, que según se dice ha funcionado muy bien. Bueno, y está funcionando.

El tema es apasionante desde los puntos de vista social, económico, político y hasta literario, pero voy a intentar centrarme en lo de hoy. Este tal Yunus no se ha quedado ahí y ha teorizado de una forma de lo más interesante. Él nos propone lo siguiente: desde el punto de vista financiero, es mucho mejor venderle las letras de un coche a un ingeniero japonés que prestarle dos mil rupias a un cabrero somalí a un interés de risa o incluso sin interés, pero lo segundo es económicamente viable como le ha quedado demostrado por su experiencia. El BBV va a ir, como es lógico, a lo que más rendimiento le da, porque su objetivo es la rentabilidad y la ley le obliga a velar por los intereses de sus accionistas. Yunus propone la brillantez de cambiar los intereses de los accionistas. Yunus no descalifica el sistema capitalista, sino que ataca su base misma, su motivación, su modelo de comportamiento. Él no quiere regular el mercado, él quiere asaltarlo con un ejército de empresas privadas cuyos accionistas no están motivados por los altos rendimientos, sino por la actividad misma de sus organizaciones. Empresas tan agresivas, dinámicas y solventes como todas las demás, pero con un objetivo, con una razón de ser. Imagínense ustedes a Emilio Botín con un objetivo en la vida.

Desde el punto de vista político, la idea que he intentado presentarles por si no la conocían ya, tiene unas implicaciones tremendas. La revolución podría no ser algo tan lejano y tal vez temido, necesariamente traumático. La revolución podría estar ya en nuestras manos. Podría ser que no sólo pudiésemos tomar parte en el poder mediante la elección de malabaristas, domadores, fieras y payasos para el circo parlamentario, sino que pudiéramos cambiar el mundo simplemente con nuestra actividad diaria. Tenemos un sistema capitalista bien organizado, asentado y conocido. Un sistema cuyo poder hemos comprobado y que es perverso por una sola razón: la motivación de sus agentes, todos los hombres y mujeres del mundo. Con solamente definir nuestros objetivos de una manera más elaborada que unas curvas de oferta y de demanda, con saber lo que queremos y perseguirlo a la hora de hacer negocios, de elegir productos, de cambiar de trabajo, de elegir banco, de comprar acciones, podemos hacer el sistema funcionar. ¿Qué más da que no podamos controlar quién vende qué a quién y por cuánto si los agentes del mercado se guían por algo diferente a la avaricia?

En resumen, que tal vez la forma de acercarnos a nuestros ideales no pase por abolir el sistema capitalista, sino que él mismo nos dé todas las herramientas que necesitamos para construir el mundo que queremos.

Muchas gracias.