05/09/2007

La propiedad privada.

Me voy a librar porque son ustedes pocos y mucho más condescendientes que yo, porque no se les ocurriría jamás tomar represalias, por muy blasfemo que sea lo que me dispongo a escribir, porque son ustedes, quizá de una opinión igualmente hereje. No es ninguna novedad. De hecho, es casi ya un anacronismo en todo el mundo, exceptuando a lo mejor a Cuba y... ¿se les ocurre algún otro lugar?

No, ése ya no. China reconoció hace relativamente poco la existencia de ese ente superior e indiscutible, la propiedad privada. No es ninguna noticia que el comunismo había muerto tiempo atrás por allí. Mis amigos chinos, a los que sí que distingo, déjense ustedes de chistes manoseados, no se cansaban de decirlo antes de aburrirse de mi irritante costumbre de hablar de política. China no es comunista. Lo decían como quien jura a la policía no haber estado en la escena del crimen el día del mismo. China no es comunista. Y alegres anunciaron la buena nueva. China reconoce la propiedad privada.

Cuál sería su sorpresa cuando torcí la cara. A Iker no le parece bien. ¿Por qué? ¿No era esto lo que nos echabais en cara a diario? ¿No demostramos con esto que no somos tan malos?

Pido a l@s lectores/as indulgencia en mi falta de ideas propias esta noche, porque la reflexión que viene a continuación no ha salido de mi tontería, sino que tuve el privilegio de recibirla de otra persona, algo menos tonta que yo y un poco más arrugada. Su planteamiento era directo: Si mañana estallara la guerra con Francia, l@s hij@s de la Patria tendríamos la obligación de darle nuestra vida. Sin embargo, si una parte de la Patria queda relegada a la indigencia, a nadie puede ocurrírsele alojarla en el vestuario de la piscina totalmente ilegalmente increíblemente y peligrosamente situada demasiado cerca de la playa que creo que hay por una de las islas. Eso es propiedad privada de un señor que lleva tirantes de colores. ¡Propiedad privada!

No tengo palabras para seguir.

Muchas gracias.

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